Akbarzhon Yalilov, un ciudadano
kirguís de 22 años, fue identificado el pasado martes como el autor
del atentado en
el metro de San Petersburgo que causó 14 muertos y 49 heridos.
Se
trata del primer caso de un ataque de estas características cometido por un ciudadano
procedente de Asia Central, una región que ha testimoniado estos últimos años
un aumento de la radicalización islamista como consecuencia del
estancamiento político y el deterioro de la situación económica, ambos muy bien
manipulados desde Occidente.
Esta amenaza también
incluye a la secta de los Testigos de Jehová que se trata de promover desde Occidente para crear una disidencia de fundamentalistas religiosos con
cualquiera de los fanáticos que estén dispuestos y disponibles. Esa perniciosa secta enfrenta en estos
momentos a la justicia rusa y está a punto de formar un escándalo mundial
sobre la decisión rusa de prohibirla.
Veremos qué sucede, pero nadie
clama por libertad religiosa cuando los cristianos y judíos sionistas asesinan a los
musulmanes en Oriente Medio.
Desde que el Papa Francisco se
reuniera con el líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa por primera vez en más de un
milenio, se podía suponer que Occidente tenía en mente utilizar
el oscurantismo religiosos como un arma política a fin de debilitar las bombas
atómicas rusas. Un grave error al pensar que los otros son idiotas.
El caso es que Rusia enfrenta una
amenaza, esta vez no la de las bombas porque su podio atómico disuade a Occidente de cometer algún disparate, ahora es la amenaza de la manipulación
religiosa de la mente humana para convertirlas en simples robots.
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